Una reseña de Un accidente controlado, de Francisco Bitar, editado por el sello 17 grises de Bahía Blanca. Por Octavio Gallo.
Un accidente controlado es el penúltimo libro del escritor santafesino Francisco Bitar; pero aún no leí el último. Es un libro pensado y escrito en tiempos de pandemia, en ese cruce entre la ruptura del orden natural de las cosas y la obligación de seguir viviendo como si nada estuviera pasando, como si limpiar nuestra casilla de mails fuera más importante que el fin del mundo. Paradójicamente, el último cuento de Teoría y práctica, el que había sido su libro anterior, presagiaba de algún modo esta situación. En ese relato, los personajes sobrevivían a un fin del mundo clase B: su ciudad se llenaba de cráteres hasta que se hundía, y aún así al día siguiente era lunes, y había que ir a trabajar.
“La pandemia tiene una estructura novelesca”, reflexiona Bitar en Un accidente controlado, “desde que conocemos el principio y adivinamos el final (el descubrimiento de la vacuna); pero no sabemos nada de lo que pasará en el medio. Y así como nos pone en situación narrativa, nos pone a nosotros mismos en la incómoda perspectiva del héroe, por tratarse de un tiempo significativo venido desde afuera. Dicho de otro modo: la pandemia nos pone en situación de escritura a la vez que suministra un punto de vista, la primera persona. Lo que estamos escribiendo entonces es la novela de nuestras vidas”.
¿Y cuál es la novela de la vida de Bitar? Una serie de ensayos sobre el ensayo, la lectura y la escritura; un ensayo que deja ver sus vértebras, que vuelve todo el tiempo sobre sí mismo, sobre su propio proceso de escritura; un ensayo que deja ver lo que estaba velado. Es, ante todo, un libro sobre prácticas de escritura y de lectura, que son, a veces, cosas muy parecidas.
En tanto lector, Bitar desafía la premisa central de la lectura, y coloca el centro de la cuestión por fuera del acto de leer. La lectura es una simple ejecución, que se produce “en un ahora que en todo momento se disuelve en el pasado. A tal punto es evanescente, que en realidad desleemos”. Lo importante, para Bitar, sucede en otro lado; esa otra lectura que está siempre suspendida, flotante: “lo desconocido que irrumpe y nos salta encima”. Y ese lugar en donde sucede lo importante puede estar situado antes de la lectura; puede hallarse, incluso, antes de la posesión misma del libro. Cuando conseguimos un libro que buscábamos, dice Bitar, se produce un desfasaje: “el libro queda viejo respecto del deseo que me movilizaba en primer lugar”. Leerlo con lápiz en mano es, entonces, un acto de resignación, en el que uno subraya las partes que se parecen a lo que esperaba del libro. Finalmente, Bitar nos invita a ghostear a nuestros libros: “un buen libro”, dice, “es el que se puede abandonar en cualquier parte”. Los buenos libros son aquellos que contienen en cualquiera de sus páginas el pasaje hacia el próximo libro.
En tanto escritor, Bitar se ataja de entrada: “aquello que se escribe sobre el acto de escribir entraña el riesgo inevitable de un fracaso, ya sea por decir demasiado o por decir demasiado poco”. La escritura para Bitar es pérdida, es olvido. Cuando anotamos cosas en un cuaderno, lo hacemos para poder olvidarlas tranquilos. Escribir es algo parecido: “el escritor escribe un ensayo no para acumular saber sobre un objeto, sino para deshacerse de él. Para olvidar, para ir liviano, para que otra idea irrumpa en el lugar de la anterior, que ya ha sido escrita”.
El ensayo es el género que nos permite olvidar mejor, porque su forma de encarar el acto de escritura y la relación que establece con su objeto están atravesadas por el despojo. Es, ante todo, un acto lúdico. Desde la tapa, un perro salchicha dibujado por su hija Sonia, Bitar nos invita a reflexionar sobre lxs niñxs y su forma de entender el juego. Las reglas de juego de lxs niñxs cambian todo el tiempo. Cuando el adulto irrumpe y dice “no, esto no se puede”, está contrariando la regla nº1 del juego infantil (y quizá su única regla): que las reglas cambian todo el tiempo. Tiene sentido: ¿qué clase de juego sería si sus reglas fueran inmutables, como las de la vida real?. “¿Quién querría jugar si el juego está gobernado por leyes sostenidas en el tiempo, es decir, si el juego tiende a ser siempre y fatalmente el mismo?”.
El ensayo recupera un poco de esa frescura y esa libertad. Sólo un poco, claro: la adultez es un proceso irreversible. Pero lo suficiente como para permitirnos poner en juego dos objetos extraños entre sí para renovarlos, para descubrir nuevas perspectivas. “En el ensayo crítico universitario”, compara Bitar, “uno de esos dos objetos es un concepto, que está puesto en primer lugar y condiciona de entrada el encuentro con el otro elemento. En el ensayo de los escritores, en cambio, no hay concepto sino idea. Uno siempre corre a la idea de atrás, acechándola, pero sin alcanzarla nunca, porque significaría establecer con ella una relación de identidad. El concepto está siempre al principio: la idea está siempre por delante”.
En este acorralamiento de la idea, en esta persecución condenada al fracaso, hasta la procrastinación tiene su razón de ser. Para Bitar, es en esos intervalos que solemos identificar de forma negativa con la distracción en donde se teje el núcleo de la escritura. “Se trata del momento en que me pongo de pie y doy un paseo por el estudio, recorrido que a veces me lleva a la cocina o al patio, adonde fumo un cigarrillo. La interrupción no debe identificarse con un relajamiento de la escritura sino acaso con su momento más intenso. Ponerse de pie supone no un paso hacia lo siguiente ni hacia atrás, a lo que ya se escribió, sino uno hacia adentro”.
En ese paso hacia adentro, en esa inhalación profunda, se produce ese accidente controlado que llamamos escritura.