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Crónicas

Superpoderosa quién

Mariana Bolzán habla de lo que ella llama el backstage de la vida: toda la dirección de arte, catering, producción y utilería que hacen las mujeres con hijxs. “Que la nena me coma. Que la nena me coma. Me coma”, se repite a ella misma, en su propio set. Pone a hablar a su abuela, se remonta a las formas de crianza de su pasado familiar y regresa con una demanda hacia el futuro.

 

Texto: Mariana Bolzán | Ilustraciones: Martina Ardissono

–Yo hacía todo con mi hijo acá. ACÁ.

Mi abuela señala la mitad del muslo con la mano endurecida, como si le dijera ¡junto! a un perro invisible. ¡Junto! Mi papá a su cadera. Juntos.

Lo que intenta decirme mientras juntamos los restos del almuerzo del domingo es que ella jamás dejó a su hijo al cuidado de alguien más para hacer lo que ella debía o tenía ganas de hacer. Con su hijo a todos lados: con su hijo a comprar, con su hijo a visitar parientes, con su hijo dormido sobre dos sillas en los bailes de los pueblos, con su hijo al baño. ¡Junto! Juntos.

Luego de esa afirmación viene el chicotazo, lo sé: No como ahora. Ese no como ahora me incluye, me interpela, se me mete y es el tinnitus eterno en el oído emocional.

Cuando nació Nina, todo fue diferente a lo que había imaginado. La ginecóloga que me atendía adelantó el parto por pura conveniencia –ejecutando lo que, ahora sé, fue pura violencia obstétrica– y en esa serie de eventos desafortunados sin control y por fuera de lo imaginado, se derramó una cascada de emociones post parto que cabalgué en pelo y salvajemente.

¿No fue parto natural? No, fue cesárea. Ahhhh, entonces no pudiste hacer contacto piel con piel con la bebé ni bien nació. No, no pude, me drogaron entera y no entendía qué pasaba. Pero ¿le diste la teta? Sí, teta y mamadera, porque los primeros días se me lastimaron los pezones y hubo que combinar para que la bebé no se muriera de hambre. Pero viste que la fórmula… la leche materna es lo mejor porque no sólo los nutrientes si no el apeg… Stop.

Ser madre es, además, ser lo que se supone es ser una buena madre.

***

—¿Por qué estás cansada? –pregunta mi abuela.

—Qué se yo. Hoy fui a trabajar. Y volví para llevar a la Nina a danza. Hicimos las tareas. Recortamos de las revistas palabras que empezaran con gue gui. Cancelé terapia porque la gorda estaba con tos. Intenté escribir un rato pero no pude. La bañé, me bañé yo. En fin, el día.

—¿Cansada qué? Cansada yo: tenía que cocinar, atender a tu abuelo, lavar la ropa de tu padre a mano, calentar el agua en la olla para bañarlo, plancharle la ropa, y además trabajaba afuera. TRABAJABA AFUERA.

Las tareas de cuidado, de sostén, de acompañar lo vulnerable y lo que crece estuvo y están feminizadas. Porque las mujeres cuidan, las mujeres son pacientes, las mujeres pueden con todo. O eso parece. Según la Encuesta sobre Trabajo No Remunerado y Uso del Tiempo (EAHU-INDEC, 2013), en casas donde hay niños, las mujeres realizan el 76% de las tareas de cuidado y apoyo escolar, y les dedican un promedio de 6,4 horas semanales. La participación de los varones en cambio, es del 57,9% y la dedicación 3, 4 horas semanales.

Ese esquema desde el 2013 para acá fue cambiando. Leyes disruptivas y ampliadoras de derecho como la Ley de Cupo, de Matrimonio Igualitario, de Identidad de Género, de aborto legal y la modificación del Código Civil mediante, indiscutiblemente han reconfigurado esos escenarios y han hecho mella, afortunadamente también en las paternidades y sus modos de pensarse y actuar.

Pero:

nuestros cuerpos, sus marcas, nuestras psiquis y sus micro-movimientos vienen después, acompañan, se acomodan o resisten según como se va pudiendo, lenta y torpemente. La voz de mi abuela sobre lo que es o no ser una buena madre resuena y repica como un pinball ancestral que todavía opera y me opera.

Mandato por mandato

 

El frenesí de la mañana adentro: dale, gordi, levantate que tenemos que ir a la escuela. Tomá la leche (la vegetal porque la leche con lactosa no te hace bien). Vení que te peino, vamos, dale. Lavate los dientes. Dale, mientras me pongo protector solar en la cara, me pongo tapa ojeras, la base y me delineo un poco los ojos. Vamos, una merienda más saludable que una oreo porque eso tiene muchas porquerías. Tomá agua. Vi un reel de una mamá que hace galletitas de avena con cacao ¿no te gustan? ¿No? Bueno. Pero hacen bien. No tanta pantalla, Ninu. No, ese jueguito no porque es muy violento. Vamos, dale, que llegamos tarde.

El frenesí del trabajo afuera: estar atenta, ser eficiente. Estar presentable. Estar presentable es: más o menos conservar la forma, depilarme las cejas, los bigotes, ir al gimnasio para endurecer, ir a yoga para ablandar, comer bien. No tanta azúcar, no tantas harinas. Comprar frutas y verduras que no estén envenenadas. Limpiarme la cara, teñirme las canas cada doce días. Debería dejarme el pelo blanco (¿estoy lista para eso?), ir a terapia, ir al osteópata porque tengo un tinnitus en el oído derecho (¿será la vocecita?), cocinar algo caserito-saludable-sin venenos-rico. Que la nena me coma. Que la nena me coma. Me coma. Leer, intentar escribir un poema, un texto, un cuento, alguito. Sentarme en la compu sin ser interrumpida. Bañarme sin ser interrumpida. Cagar sin ser interrumpida. Aún con varones comprometidos con sus paternidades, el runrún de la maternidad arrasa.

¿De qué estás cansada? Insiste mi abuela. Ustedes, que la tienen más fácil, Mariana.

Abuela, te amo. Amo a mi hija, amo el sol que sale y amo a todes. Y te juro que no quiero ser insolente, pero a la vocecita que opera ahora sumale que también debo –¿debo?– verme más o menos bien, sentirme más o menos bien, tener buenas y sanas relaciones sexo afectivas, criar a mi hija bajo el respeto y el cuidado, entender sus tiempos, alimentarla bien, ser una buena feminista, ser una buena trabajadora, ser una buena ¿escritora?, producir más y mejor y si no puedo eso, entonces SABER PONER sanos límites, SER CAPAZ de disfrutar de los tiempos de ocio. Uf. Abuela, emosido engañadas. Trocamos un mandato por otro. Lo que se suponía debía ser liberador resulta que en cierto modo también me oprime.

La madre de mi abuela crió diez hijos ajenos y siete propios, todos juntos en una casa. Mi bisabuelo había enviudado y ella, abnegada alemana del volga, hija mayor a cargo de muchos hermanos, fue una buena candidata para tamaña empresa. De los diez ajenos, nueve le hacían la vida imposible. De los siete suyos, llevaba tres prendidos de la pollera y otro en la panza. Se levantaba antes que todos para atender a los hombres que se iban a trabajar, maternaba a sus hijos, a los heredados y a su marido. Cebaba mates haciendo un surco entre la cocina y la sala porque no había termos, ni Stanleys, ni dispensers, nada. Dele que te dele hasta morir. Dele que te dele sin preguntar ni preguntárselo.

Entonces no compitamos por nuestros cansancios, abuela, porque aún en las antípodas, se tocan. Ese es el hitazo del patriarcado. Me pesa el cuerpo como a vos y no por falta si no por exceso. Y yo de este yugo también me quiero librar.

La carga mental o el backstage de la vida

 

Cuando empecé a trabajar, me fui a vivir con amigas. Los primeros días fueron de increíbles hallazgos. Aun siendo adulta y participando con algunas de las tareas domésticas de mi casa natal, había un sinfín de cosas que mi mamá resolvía sin que yo me diera cuenta. En ese entonces lo llamé “el backstage de la vida”. Una especie de actividad de utilería, técnica y escenografía tan sutil que sólo al correrse esa mujer fui capaz de advertir. Porque ni siquiera eran tareas domésticas gruesas o básicas y de la que todos, con mayor o menor participación, hacemos en una casa. No. El backstage de la vida era, entre otras cosas, identificar cuándo las cortinas del comedor no daban para más y cambiarlas, limpiar la sangre que chorreaba la carne en el cajón de la heladera. Y más atrás en el tiempo: tener la botonera de los guardapolvos completa y reforzada, las zapatillas impolutas y los cordones renovados, el cuaderno de comunicaciones firmado, la merienda con mínima variedad nutricional en la mochila.

Pura y dura carga mental. Esa expresión llegó a mí y es la que desde entonces sintetiza a ese no sé qué invisible que agota, nos agota pero que no cotiza en el mercado de las tareas porque no se ve. Criar hijes no es sólo lo que estás haciendo si no que es lo que estás pensando y programando o agendando en tu cabeza para más adelante en el tiempo. Todo en simultáneo y en paralelo sucediendo. Es caminar y levantar un calzón con el tobillo, un juguete con la mano mientras prendés un saco de paño, un uniforme de escuela y hablás por teléfono pensando en que hay que sacar una orden médica. La cabeza adelante, atrás, el cuerpo pendulando entre presente y ausente. Es una ocupación de la memoria RAM que impide que el espacio sea ocupado por otra cosa que no se le asemeje. Mi madre se levantaba para ir a trabajar una hora antes que todes y deambulaba por la casa después de que nos hayamos acostado porque era, sin más, la encargada de ese backstage. La utilera, la escenógrafa, la stage manager y la que cerraba el boliche.

Quién cuida a las que cuidan

 

—Es que las mujeres tenemos esa capacidad de cuidar y podemos hacer y pensar muchas cosas a la vez —me dijo una vez una mamá que esperaba junto a mí en la guardia del Sanatorio del Niño. —El papá de Maca sólo puede hacer una cosa por vez, nosotras tenemos superpoderes, somos eso que dicen “multitasking”.

No. No soy superpoderosa ni quiero serlo. Renuncio. Renunciemos, mamá de la guardia. Pensemos juntas. Otro hitazo: convertir en virtud algo sobre lo que no tuvimos opción. Madre hay una sola, cuánto daño nos hizo. Porque en el caso de que efectivamente haya una madre sola, hay otras personas sosteniendo y haciéndose cargo de eso y esas personas –por lo general– son otras mujeres. La inequidad hasta el infinito. Que los papás puedan enfocarse y concentrar sus energías como rayo teledirigido en una ocupación mientras el mundo alrededor demanda, no es una carencia ni una falla de los hombres: es pura posibilidad y muy bien usada. Es un privilegio.

Los padres argentinos tienen, por ley, sólo dos días de licencia por paternidad. Las mujeres o personas gestantes, noventa. Argentina es uno de los países del mundo con menor cantidad de días de licencia por paternidad. Y estamos muy por debajo de lo que la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sugiere.

El 1° de mayo, el presidente Alberto Fernández presentó el proyecto de ley “Cuidar en Igualdad” para crear un Sistema Integral de Políticas de Cuidados. El pasado Día del Padre, integrantes de la Campaña ciudadana Paternar se manifestaron en el Congreso de la Nación para exigir que sea tratado y puedan, así, gozar de mayor cantidad de días para el cuidado de les recién nacides. Es un porcentaje muy bajo de padres, pero es algo: sobre ellos se juega también el mandato de la provisión y el aguante que les llevará tiempo y crisis poner en discusión. Pero ése es un texto que no escribiré yo.

Por fortuna, al concepto de carga mental, se le suma una hermosa palabra que, de concretarse este Sistema Integral de Cuidados, veremos, con mucha suerte, ponerse sobre el tapete de la discusión: la corresponsabilidad en la crianza.

Nos llevó y nos llevará tiempo despegar el rol del cuidado del rasgo de lo femenino. Nos llevará años más entender a la crianza y al cuidado como algo que trasciende completamente el ámbito privado. El cuidado es comunitario, colectivo, público. Porque para que la corresponsabilidad pueda ser efectiva, son necesarias millones de micro articulaciones de redes que sostengan efectivamente a las que cuidan. Para que las que cuidan puedan intervenir, avanzar y permanecer en el mundo laboral, creativo, del ocio y de la toma real de decisiones.

Se necesita tiempo para criar y una red que sostenga. Y para eso no basta un movimiento feminista moviendo el mundo y discutiéndole al tinnitus del mandato que tenemos adentro: se precisan nuevos acuerdos y unas cuantas renuncias a los privilegios. Ese será SU tinnitus, señores. Los estamos esperando.