En el marco del 12 de octubre, hubo llamada a contrafestejar en La Tribu del Salto, en medio del proceso de lucha para que el espacio ingrese al Sistema Provincial de Áreas Naturales Protegidas. Una crónica de Rocío Fernández Doval.
Ukaivberá Gladys Do Nascimento, integrante del Pueblo Nación Charrúa, mira el fuego.
–En general, nosotras, las comunidades, no íbamos a los lugares a contrafestejar, porque buscábamos estar en el monte, conectadas con los seres que habitan ahí, recordando, intentando recuperar esa memoria que nos quitaron por tanto tiempo, con tanto ruido y tanta maldad –dice, y una ronda de tambores la orilla, mientras el fuego les templa el cuero-. Me alegro de encontrarme con ustedes hoy acá, en un momento de tanta tristeza. Yo me considero una mujer sumamente luchadora, pero en este momento me siento quebrada. Me siento defraudada, con ganas de tener fuerzas junto con ustedes.
Una pava se calienta entretanto. Ramito de yuyos, sahumador y un cuenco con agua completan los elementos de la ceremonia.
Hace exactos 20 años, con los escombros de la crisis todavía desperdigados, se hacía en Paraná el primer Contrafestejo: una fiesta popular, callejera y candombera, para recordar el último día de libertad en Abya Yala. El 12 de octubre todavía se consideraba, oficialmente, Día de la Raza y en las escuelas de todo el país se enseñaba que América fue descubierta por Cristóbal Colón, a bordo de unas carabelas simpáticas.
Las fotos del Contrafestejo en Paraná están caladas en la memoria de la ciudad. La clave que recorría el barrio del Tambor, los banderines que zigzagueaban el Pasaje Baucis, la esquina del Nacional donde se hacía el temple, los últimos bailes en la Plaza Alvear.
Ahora, estamos alrededor de un fuego chico, casi al borde del camino que baja al arroyo La Santiagueña. No hay llamada, no hay comparsas ni tamboreros de otros puntos del país, no hay trajes ni estandartes. Ahora la convocatoria es el contexto: a pocos metros de la ronda, ya entraron a desmontar la barranca que conduce al arroyo, ya empezaron a entubar vertientes. Mientras tanto, el horizonte sobre el río ardió en un naranja perpetuo todo el fin de semana; la Ley de Humedales parece quedar cada vez más lejos y en Villa Mascardi, provincia de Río Negro, un operativo de más de 250 uniformados de la policía federal desalojó y reprimió hace pocos días a una comunidad mapuche. Aún hay siete presas políticas sin conocer su causa.
–Estoy triste pero cuando pienso en las hermanas, cuando recuerdo a mis abuelos, digo: a mí no me está pasando nada. Nadie me está atacando directamente, tengo salud, vivo en el monte, puedo caminar mi espiritualidad sin que nadie me la censure, puedo encontrarme con mis hermanas, mis hermanos. Puedo cantar, puedo rezar, puedo encender un fuego. Entonces, cuando recuerdo eso, tengo fuerza. Estos tambores, que nos acompañaron tantas veces, nos tienen que dar fuerza…
Ukaivberá Gladys Do Nascimento atiza el fuego con las palabras. Los parches esperan las manos. La Tribu del Salto empieza la llamada.
La Santiagueña
El martes posiblemente entren las máquinas. Juan Diego Martínez avisa por mensaje. No son motoguadañas, ni cortadoras de césped. Está hablando de máquinas grandes, de las mismas que hace unos meses recorren el Parque Berduc. El martes, entonces, nos encontramos en la entrada de La Tribu del Salto, un espacio a cielo abierto, que quien no conozca todavía, seguro puede ubicar ante las indicaciones: calle Nogoyá, mural de tapitas, arroyo. Entre el silbido mañanero de los pájaros suena, de a ratos, el pip de la retroexcavadora que traslada tierra y escombros en el predio de al lado.
“No tengo descendientes ni hijos legítimos o naturales”, escribió Enrique Berduc el 4 de septiembre de 1924. Intendente de Paraná, diputado provincial y nacional, fundador del periódico El Demócrata, ministro de Hacienda de la segunda presidencia de Roca, director del Banco de la Nación Argentina, Berduc se murió a los 72 años, donando su “pequeña fortuna al Consejo General de Educación de la Provincia de Entre Ríos”.
Además de dejar su “campo ubicado en el Distrito Espinillo sobre el arroyo de las conchas y el sauce”, es decir, las 600 hc del Parque General San Martín, expresamente destinado al CGE “como Parque Escolar por estar cubierta una parte importante de monte natural”; don Berduc donó las tierras de calle Salta y Nogoyá, donde el 29 de septiembre de 1929 se inauguró el Parque Berduc, tradicionalmente usado por las escuelas como campo de educación física y de campeonatos deportivos intercolegiales.
Sin embargo, el arroyo La Santiagueña, pegadito al Parque Berduc, no gozó del mismo interés de preservación por parte del Consejo General de Educación.
–Está bueno mirar el testamento de Berduc porque plantea una cierta mirada de conservación, plantea la importancia de los bienes comunes, confiándolos al resguardo del Estado. Y está buenísimo el Parque, vienen un montón de gurises, de escuelas, pero a este espacio nunca le dieron bola –advierte Juan Diego, que integra La Tribu desde hace unos años y es el responsable de la huerta agroecológica–. Está el arroyo, está la barriada, las familias que se fueron instalando, desplazadas de sus lugares, ¿y dónde siempre se instalaron? A la vera de los arroyos. Acá, en el Antoñico… la mayoría de los arroyos de la ciudad son lugares de asentamientos porque hay un abandono programado del Estado sobre estos lugares.
Después de atravesar el umbral que separa la calle con el espacio de La Tribu, aparece el lugar de la ronda, visiblemente asambleario, donde unos troncos son banquitos y quedan las cenizas de un fuego central. A la izquierda, el camino asciende y conduce a la huerta. A la derecha, el camino se abre a la espesura y al runrún –todavía lejano– del agua.
–¿Vamos por abajo?
La escalera bordea el corte de la barranca, que tiene la textura rugosa de una espuma salina. Si se toca, se desgrana, como arenita. Son calizas y areniscas de la llamada Formación Paraná. Por eso se habla del valor geológico de este lugar y de toda barranca: durante el Mioceno medio, hace aproximadamente 15 millones de años, se produjo una gran ingresión marina conocida en la literatura geológica como “mar entrerriense o paranense”. En 1842 y 1846, Alcides D´Orbigny y Charles Darwin habían descripto los sedimentos expuestos en las barrancas entrerrianas. Estos trabajos sirvieron de base para que, en 1858, el geólogo francés Auguste Bravard escribiera Monografía de los terrenos marinos terciarios de las cercanías del Paraná, mientras se desempeñaba como inspector de minas de la Confederación Argentina.
“En todo el espacio comprendido entre la Bajada Grande y el puerto de la Santiagueña, extensión de 3 o 4 millas, se cuentan una docena de estas barrancas (…) La formación marina no se descubre sino en las barrancas de que acabamos de hablar y en las hendeduras del suelo formadas por las aguas del Salto”, anotó Bravard, confirmando que la Santiagueña (¿de dónde vendrá el nombre?) ya era la desembocadura del arroyo en el actual Puerto Nuevo, mientras que las aguas que menciona como del Salto, son las del Antoñico.
El camino se vuelve espeso inmediatamente y, por los pies, corren las primeras vertientes que brotan de la barranca. Hay unos bananos que le dan aires selváticos, hay mora, una exótica prominente en nuestros montes; pero también hay –todavía hay– bosque nativo. Hay árboles que se recuperaron, hay ecosistema que se regeneró, pájaros que volvieron a hacer nido.
–Por la misma concepción que se tiene sobre los cursos de agua y los arroyos como lugares abandonados, este lugar empezó a ser un basural a cielo abierto. No era formado únicamente por basura que tiraban los vecinos, acá venían camiones de la Municipalidad y descargaban sobre el otro lado de la barranca. Llevó bastante tiempo que la Municipalidad deje de hacer eso, fueron cuatro años que pasamos limpiando y volviendo a limpiar lo que se tiraba. Después podemos ver fotos, cómo la naturaleza por su capacidad de resiliencia se fue regenerando. Hubo un proceso educativo, muchas conversaciones con los vecinos, con la gente de los camiones municipales, se activaron todas las redes y todos los mecanismos, hasta que se logró que dejen de tirar la basura. Y ya vemos el resultado –remata Juan Diego, mientras unos rayos de sol se cuelan por las copas y le dibujan hojas en el buzo.
Las fotos están: 20 de marzo de 2011, barranca este del arroyo, primer día de limpieza de La Tribu del Salto. La barranca es una montaña de escombros, algunas tejas y bolsas plásticas. El sol está alto y caliente y las dos personas que salen en la foto cubren sus caras con las manos y sus manos, a la vez, con guantes protectores. Probablemente, no se imaginaban que, tiempo después y por el efecto de la acción directa y la insistencia, esa misma barranca volvería a ser como fue, o al menos mucho más parecida a su estado primigenio. “Lo que comenzó como medio de protesta, se transformó en un canal de educación y comunicación, desde adentro hacia afuera”, dice La Tribu en un material digital que editaron en 2020.
Pasaron diez años de trabajo sostenido. Mucha de la gente que empezó a limpiar el arroyo lo hizo porque vivía al lado, sobre calle Nogoyá, como es el caso de Juan Manuel Pauletti. Porque sabía que ese arroyo había sido distinto, porque antes bajaban a jugar con la gurisada del barrio. Porque, ahora, el olor se volvía cada vez más insoportable. En el transcurso de diez años se fueron sumando otras personas a cuidar y trabajar en tribu: artistas, estudiantes, comunidad científica, urbanistas, tesistas, ambientalistas, gente que nació o adoptó Paraná como su lugar. Y que, por eso, un día tuvo que enterarse: Paraná es un territorio atravesado por 16 cuencas. 16 arroyos que están, casi todos, enterrados vivos.
Entero o a pedazos
La licitación pública fue el 18 de febrero de este año. La obra, que empezó a desarrollarse a fines de junio, cuenta con presupuesto provincial y está a cargo de la unión temporal de empresas formada por Szczech S.A. y L&C Construcciones S.A., implicaría la demolición de las antiguas tribunas del Parque Escolar y la construcción de una pista de atletismo de alto rendimiento, con seis carriles.
Mientras caminamos hasta el punto donde ingresarán las máquinas, Juan Diego Martínez relata los últimos acontecimientos: que, en los planes originales, la pista iba a construirse hacia calle Salta; que no hicieron estudios de impacto ambiental justo por eso; que no se iba a intervenir sobre el predio del arroyo; que en la última reunión del 21 de septiembre, finalmente, les anoticiaron, sin más. Que sí, al final sí van a intervenir.
La Fundación CAUCE presentó en marzo de 2022 una solicitud de información pública ambiental ante Walter Leopoldo Dandeu, subsecretario de Arquitectura y Construcciones del Ministerio de Planeamiento de la provincia. En la SAIPA, pidió conocer los límites físicos de la obra para “prever posibles afectaciones a la estabilidad de la barranca y la integridad de la flora autóctona”. Y, en caso de implicar la remoción de árboles, se consultó si existía un plan de acciones concretas para la mitigación del desmonte.
La respuesta, del 22 de abril de 2022, indica que el límite de trabajo “coincide con los límites actuales del terreno dedicado a la pista de atletismo, y no debe comprometer el estado de la flora existente sobre la barranca del Arroyo La Santiagueña”. Incluso, resalta: “Se entiende que los árboles ubicados sobre el límite hacia la barranca, además de estar ubicados fuera de los alcances del proyecto y pertenecer a la flora del arroyo, sirven como contenedores del terreno natural, es por esto que el proyecto no contempla retirar ninguno de ellos”.
Contradiciendo esta respuesta y sin disponerse un mecanismo de participación efectiva, la última información disponible –que se arrojó en la reunión del 21 de septiembre coordinada por la Defensoría del Pueblo y convocada por el Ministerio de Planeamiento, Infraestructura y Servicios de Entre Ríos–, es que la obra en marcha implicará la construcción de un talud sobre la barranca que linda con el arroyo La Santiagueña y un muro contenedor a la vera del cauce. Sin estudio de impacto ambiental y con desmonte incluído.
–No hay que ser muy ingeniero para darse cuenta de que con todo el movimiento que tiene el suelo acá, la barranca se va a mover y, sobre todo, si pensás en albergar toda la gente que se proyecta que venga –admite Juan Diego–. Pero hay otra cuestión: todos los escombros de la tribuna que demolieron y la tierra que sacaron, la tienen que mover a algún lado, eso sale muchísima plata. Entonces, la solución que encuentran es tirarla acá, al arroyo, con la justificación de que tienen que hacer una contención. Eso para mí es muy simbólico de cómo se toma a la barranca y al arroyo, es decir, históricamente ha sido un basural y para la empresa lo va a seguir siendo. Todos sus residuos de obra los van a tirar por la barranca. Sigue sucediendo que para el Estado, los arroyos son un depósito.
Joel de Souza integra la Fundación CAUCE y viene participando de reuniones, junto a la Fundación Puente a la Vida y a las comisiones vecinales implicadas: “Si los estudios se hubieran realizado previo al llamado a licitación y, por ende, antes de la obra, estas cuestiones estarían a la luz y la realización de una obra de tal magnitud en el predio del Parque Berduc estaría en revisión o, mínimamente, se hubiesen planificado alternativas para no avanzar sobre la barranca y modificar todo el ecosistema lindante al arroyo, tal como todas las autoridades aseguraban al comunicarlo a la sociedad y específicamente a las organizaciones y personas que hace años cuidan de este lugar”, remarca.
Llegamos, entonces, al punto donde esa misma tarde entrará la primera retroexcavadora. Hay cintas demarcatorias de obra, blancas con rayas diagonales rojas y la palabra Peligro. Envuelven algunos de los árboles como si estuvieran enfermos, o como si aún pudiesen tener la esperanza de quedar en pie. La máquina está todavía tan lejos e inofensiva, enfocada en surcar robóticamente unas montañas de demolición, que cuesta creer la postal del domingo, cinco días después.
Esa misma tarde, el martes 28 de septiembre, la primera máquina en bajar la barranca será detenida por el carácter propio del territorio y quedará atascada durante horas, en un acontecimiento de belleza contundente y justicia poética, aunque de peligro para el maquinista. El domingo 2 de octubre, en el marco del verdurazo que se organizó en la vereda del Salto, volveremos a bajar y veremos la evidencia irrefutable de la muerte: lo rápido que se rompe lo que tardó en crecer. O lo que dice la canción: Lo más terrible se aprende enseguida / y lo más hermoso nos cuesta la vida. Las personas que ya conocíamos el lugar, abrimos la boca pero no logramos emitir sonido. Las que no lo conocían, también parecen ver la estela del fantasma, y hacen silencio. Mientras tanto, el calor del mediodía, a la intemperie, nos perfora la cabeza, sin distinciones.
–No se ve todo lo que se hizo y no se ve todo lo que falta, porque no hay que ser tampoco muy ingeniero hídrico para darse cuenta de que el arroyo está enfermo. Te das cuenta por el olor, por el paisaje mismo. Este es el último pedacito de arroyo al aire libre que nos queda, donde se respeta el paisaje natural, y es una muestra de lo que podría ser la ciudad de Paraná, con los 16 arroyos que tenemos. Estamos en el medio del centro, podría ser un área natural protegida, una reserva urbana donde realmente se piense y se invite a la restauración. La otra –sopesa Juan Diego, consciente del escenario horrendo que proyectará con las palabras siguientes– es el proyecto más antiguo: que ésto se entube.
La Tribu del Salto, en 11 años, ha hecho todo. Formalizó su organización a través de una personería jurídica, con la Fundación Puente a la vida. Estudió, cuidó, limpió, trazó y mantuvo senderos, recibió numerosas escuelas de la ciudad en este lugar, regeneró el suelo para poder sembrar y cosechar verduras y hortalizas agroecológicas.
Sistematizó dos proyectos concretos para la problemática que plantea la cuenca La Santiagueña: un abordaje micro, llamado Proyecto Aulas Verdes del Salto, que consiste en regenerar y proteger el tramo a cielo abierto del arroyo para ser transformado en un espacio educativo para la conciencia ambiental –propuesta que fue declarada de interés por el Honorable Concejo Deliberante de la Municipalidad de Paraná en el 2012 (Resolución N° 020/2012 Expte. HCD N° 301/2012). Y, por otro lado, proyectó un abordaje macro denominado Cuenca Modelo que consiste en el análisis, planificación y gestión de las cuencas de la ciudad, desde la óptica ambiental urbana, entendiéndolas como corredores biológicos. Un ejemplo de este abordaje es, precisamente, la ordenanza municipal N° 9668, sancionada en 2017, a partir de la que se creó el Comité de Cuenca La Santiagueña: el primer Comité de Cuenca de Entre Ríos y el segundo de Argentina, definido como una “unidad territorial mínima de análisis, planificación y gestión de toda la actividad humana allí presente; con el fin de respetar los arroyos como corredores biológicos, con sus cursos de agua a cielo abierto, que garantice el estado natural del agua en todo su ciclo”.
La Tribu del Salto ha hecho todo y ha obtenido más o menos interés y promesas oficiales. “Si bien sucesivas gestiones municipales realizaron el entubado y cobertura de algunos tramos mediante hormigón armado, existe un fuerte movimiento en la actualidad para que los arroyos y su entorno sean saneados e integrados a la trama urbana y al uso social cotidiano, con sus cauces y cursos de agua a cielo abierto, interpretados como fortalezas para una ciudad diversa y verde. De ello se desprende la iniciativa de planificación y gestión participativa por cuencas, impulsada desde la Municipalidad por las subsecretarías de Planeamiento y de Ambiente Sustentable como forma de superar el proceso hostil que experimentan los arroyos: primero la contaminación y luego su ocultamiento”, se afirmaba desde la Dirección de Diseño Urbano Arquitectónico, a cargo de la arquitecta María Eugenia Cichero, en la intendencia de Varisco. Se proyectó, incluso, la construcción de un parque lineal y se propuso a La Santiagueña como cuenca modelo de gestión, para el resto de las cuencas.
En ese momento, pedían la aplicación plena de la ordenanza de cuencas hidrográficas y comités de cuencas; la participación de la ciudadanía en el área ciudadana del comité de cuenca de La Santiagueña; infraestructura orientada al saneamiento del agua; relevamiento de cloacas clandestinas; mantenimiento de pluviales; creación y capacitación de cuadrillas o cooperativas de trabajo; presupuesto para un Parque Lineal Natural Geológico Ambiental y apoyo en el desarrollo del proyecto Aulas Verdes del Salto.
Hoy, el pedido de La Tribu del Salto se sintetiza en un punto. Uno primordial, que reconoce el daño pero no claudica. Un punto que sigue apuntando al futuro, que confía en que los árboles vuelvan a crecer. Uno: que este espacio público sea, de una vez y para siempre, un área natural protegida.
La ordenanza municipal reconoce al Parque Berduc como paisaje protegido. El pedido, entonces, es que a través de la Ley N° 10.497 ingrese al Sistema Provincial de Áreas Naturales Protegidas y pase a tener un plan de manejo.
Este paisaje es mi alma / y será siempre mi alma. Con el epígrafe de Juanele, La Tribu señala al horizonte. Para quien camine la ciudad de Paraná, que se entere: somos una ciudad de arroyos.
Es lunes de Contrafestejo y los tambores salen camino a la Costanera, a unirse al reclamo convocado por la Multisectorial por los Humedales en la Feria del Libro. Sobre la costa santafesina hay al menos cinco columnas de humo.
Antes de salir, Ana, de la comunidad tupí-guaraní, va a decir algo sobre el origen y la memoria. Torpemente, solo llego a anotar el remate del poema. Pero con eso, basta: Donde naciste está tu ombligo.