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Autoficción

Me cuidan mis amigas

Se replicó en Paraná la intervención chilena “Un violador en tu camino”, autoconvocada por el grupo “Transfeministas Cooperando”.

Texto de Rocío Fernández Doval y fotos de Luciana Soldá


Me salieron ampollas en los pies porque se me dio por caminar con unas chatitas nuevas, y encima hace calor. Bajar la barranca obliga a un paso entrecortado para frenar el impulso. El pie se fricciona contra el calzado, primero uno, después el otro. Uno y otro. Cada metro que nos acercamos al punto de encuentro, acrecienta el líquido transparente que, en un ratito, va a explotar como una burbuja y se va a mezclar con la transpiración.

Llegamos y recién hay unas pocas pibas juntándose sobre la Escalera de la Diversidad, ese lugar donde otras personas aman pintar esvásticas. Nosotras vamos un poco más allá, a la sombra. La Negra lleva el mate y lo va cebando. Con la Negra somos amigas desde los cinco años, es decir, hemos pasado más tiempo de vida juntas que separadas. Pero eso no alcanza a explicar nada. Le dije la noche anterior: quiero ir a la intervención. Y me dijo, vamos. Recién ahí, cuando están empezando a tararear la canción, me confiesa que no pudo terminar de ver el video de Chile. Que era demasiado. 

Más temprano hablé con otra de mis amigas para saber si se sumaba. Me dijo que iba a pasar la tarde con los pies levantados. En el momento no me dí cuenta de que la estaba invitando a un lugar doloroso: recién hace algunos años pudo contar esa secuencia de cuando tenía 12 y un amigo de la familia le dijo que le podía dar un mapa para la tarea y la hizo pasar y la avanzó contra una pared para tocarle las tetas, que le dolían porque le estaban apareciendo. Y, y, y. Años para entender que no era culpa de ella, ni de necesitar un mapa, ni de estar creciendo. ¿Alguna vez se entiende algo? ¿Se puede hablar de entender?

Hace un rato pasó la Cris. Le mostré mis ampollas y dijo que odia el calor por eso. Y también que no quiso invitar a nadie por mensaje privado, también por eso: no vayamos a exigir que, encima de todo, nos resulte fácil poner el cuerpo. Mientras hablábamos me picó una hormiga justo en el dedo ampollado. ¿Vos podés creer? 

Y sí, claro que sí –dijo la Cris. 

Es 8 de diciembre: para la liturgia católica, el día de la virgen, o en realidad, de la inmaculada concepción de María. En la mayoría de las casas del país se armó, o se está armando el árbol de navidad, o se pondrán algunas guirnaldas, porque tampoco es que la cosa está para mucho despliegue. A unos metros de donde estamos, en Sala Mayo, la gente lleva sus donaciones al Once por Todos, la “fiesta de la solidaridad”. 

De a poco se van juntando más cuerpas en la escalinata. Una señora con el nieto nos pregunta cómo llegar al Patito Sirirí. 

–¿Tengo que pasar por acá, con toda esta gente?

Le explicamos que puede subir por cualquier lugar, pero todavía parece molestarle el bloque vivo de mujeres y trans con los pelos, el glitter, los pañuelos verdes, la piel, la ropa de salir y de entrecasa, todo al sol.

–Ensayamos unas vueltas y a las 7 en punto hacemos la intervención –avisa una de las chicas, que está de coordinadora. 

–Ey, ¡vengan! Acá hay vendas si necesitan. 

Somos un par que quedamos abajo. Con una de las chicas nos miramos, nos decimos: 

–Es que yo lloro. 

–Yo también. 

Y ya estamos llorando.  

Un rato después cruzamos a la Plaza de las Colectividades. Ya están todas preparadas para hacer los movimientos, para decir la letra como se pueda. Entonces, empieza el ensayo. Un redoblante marca el ritmo y se larga el paso. Un pie, otro pie. El patriarcado es un juez, que nos juzga por nacer

Nosotras acompañamos, desde un costado. Como la Negra es psicóloga, le pregunto cosas impunemente. Le digo que el día que salió a la luz el testimonio de Thelma Fardin y se destapó la olla para tantas mujeres, en tantas casas, con tanta gente negadora alrededor, estuve tan mal que llegué a pensar que a mí debía haberme pasado algo y lo tenía reprimido. (Ese mismo día, a la siesta, varias horas antes de la conferencia de prensa de Actrices Argentinas, me desperté soñando que me violaban). Ahora que estoy angustiada, con el llanto atragantado, que ninguna de las dos se siente fuerte para participar, me vuelvo a preguntar lo mismo, estúpidamente. La Negra, por suerte, siempre me contesta como amiga.

–No sé, yo creo que a mí me pega como mujer. 

Dice varias cosas más, pero eso, sobre todo: no hay forma de no sentirse identificada. Tenemos conciencia del daño, por mujeres. Entonces aparecen en la charla nuestras madres, nuestras abuelas, el linaje. Nombramos las cosas que sabemos a medias. Y las otras, quién sabe, estarán guardadas en los sueños y habrá que irlas ovillando. La memoria del daño es ancestral. 

Unos pibes pasan en un Mini Cooper rojo, bajan la marcha, gritan su imperativo preferido:

–Agarren la pala, vayan a laburar.

Otra gente pasa y toca bocina. Un señor en bici intenta vender helado. 

Es femicidio, impunidad para mi asesino. El redoblante sigue, y sigue la marcha de pies. Ya empezó la segunda vuelta de ensayo y faltan unos minutos para las 7. Entre los cuerpos de mujeres, lesbianas, trans, travas, entre centenials y baby boomers, hay una nena con su madre. Debe tener 10, 12 años, la edad en que te empiezan a crecer las tetas y la vulnerabilidad.   

*

La letra de la intervención que nació en Chile –creada por el colectivo LasTesis y replicada hasta el momento en más de diez países– se apropia en cada lugar de forma diferente. La violencia sexual que están sufriendo las mujeres y las disidencias chilenas, en el marco de la represión feroz, se denuncia interpelando a pacos y carabineros. Acá el patriarcado es la yuta

Y también, como en Chile, son los jueces… Los jueces como Carlos Rossi. ¿Lo recuerdan? Los que desestiman los informes de los equipos penitenciarios. Los que deciden la libertad de Sebastián Wagner, preso por dos violaciones, que al salir va a violar y asesinar a Micaela García. 

Son los jueces, el Estado. El Estado y el Poder Judicial en personas como Jorge Amílcar García, procurador general del Superior Tribunal de Justicia de Entre Ríos. Los movimientos de mujeres lograron llevar a Rossi a un jury. ¿Recordamos? Rita Segato y Enrique Stola fueron testigos de contexto, aportaron sus argumentos. El procurador lo dejó libre de acusación. Rossi volvió a su flamante cargo de juez.   

el Estado, el presidente. En ese tramo de la canción, la coreografía señala cada poder con el dedo. Cuando dicen Estado, envuelven el aire con un redondel sobre sus cabezas, cuando dicen presidente, hacen una cruz con los brazos. Acá, en la versión paranaense, también agregaron a la letra la iglesia y la familia. La iglesia con el dedo que señala al cielo, la familia con el dedo sobre la boca. Shhh.

Cuando está a punto de empezar la versión definitiva de la intervención, una chica grita desde el fondo:

–Por todas las mujeres que no pueden hablar.

Última vez. Arengan. Los pies vuelven a su marcha. Y la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía. El violador eres tú. Cada tú, que no es lo mismo que vos, parece golpear y romper el hielo de la historia. Tú, señalan con fuerza. Impelen a que aparezcan los responsables, los recuerdos, los nombres no dichos, los sacralizados.  

La canción explota cuando dice El Estado opresor es un macho violador, pero mucho más, en esta versión nuestra –igual que la cantan en México–, cuando todas se agarran de las manos y se llevan en el mismo vaivén: El Estado no me cuida, a mí me cuidan mis amigas. El Estado no me cuida, a mí me cuidan mis amigas. Los ojos siguen tapados con la venda negra, pero en ese momento, desde afuera, parece que vieras la mirada de cada una. Nuestra mirada es la fuerza más linda de todas.

Terminó. Grito de tribu. Empiezan los abrazos y los llantos y el meneo. Hacen una ronda y vuelven a cantarlo: me cuidan mis amigas. En esa ronda están las sobrevivientes, sus hijas, hermanas, madres. En esa ronda faltan un montón. 

Con la Negra nos abrazamos y volvemos a llorar. Y nos vamos en silencio, un poco temblando, con sed de ver el río. Caminamos despacio porque tengo los dedos llenos de curitas. Por suerte, las encontré en mi mochila. Las compré un día que una amiga me escribió que le lastimaban los zapatos.