Compartimos un fragmento de Gayo & Wada, la primera novela de Ariel Aguirre editada recientemente por Conejos. Poeta, narrador y tallerista santafesino, el autor publicó Dos y Tres (4 ojos, 2015), Las cuerdas que nos sostienen (Neutrinos, 2016) y Weekend (Premio Literario Municipal, 2017).
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Doble G tenía apenas 18 años cuando viajó a Santa Fe a probarse para jugar en Colón. No había sido su primer viaje para jugar en un club grande. Ya lo habían llamado de Arsenal (de Sarandí), de Rosario Central y de All Boys. Hacía tiempo que no lo convocaban y empezaba a experimentar una sensación parecida a la frustración y al desasosiego, por lo que decidió jugársela por completo: viajó a la capital, se instaló en una pensión que encontró en la zona de la terminal de ómnibus y tocó la puerta del club.
Lo recibió el Huevo Toreso, que lo conocía de las inferiores: ¡Gustavo!, le dijo, ¡el dos de la “Paco Urondo”! ¿Cómo no me voy a acordar? Y así hablaron del clima, la inseguridad en la ciudad, lo caro que estaba todo, la corrupción, Messi y el tamaño de la panza de Doble G, hasta que al final el entrenador se sinceró, poniéndole una mano sobre el hombro y otra en una chicha:
—Gustavo, querido, vos sos un jugadorazo. Pero vos pensá que esto es nivel profesional. ¿Cuánto estás pesando vos? ¿110?, ¿120? No podemos tener a un jugador que esté arriba de los 100 kilos. Yo te vi jugar a vos, te seguí de chiquito, sos una barrera, un camión, un tapial, sos impasable, pero tenés que bajar treinta kilos para jugar en primera vos…
—¿Treinta?
—Sí, no sé… treinta… cuarenta…
—Treinta. ¿Si bajo treinta me probás?
—Claro —dijo, lo cacheteó y dio media vuelta.
Doble G se sintió aliviado y dio un suspiro para reafirmarse. Lo saludó cuando el entrenador estaba a veinte metros, le gritó: ¡Los voy a bajar!, gritó una sola vez pero el entrenador oyó dos por el eco y sin darse vuelta estiró el brazo con el pulgar arriba en dos ocasiones.
La primera vez que Maia usó su poder fue accidentalmente, en el último cumpleaños de su abuelo. Obvio que no sabía que iba a ser el último cumpleaños y obvio que no sabía que todos iban a reaccionar de la manera en que lo hicieron, cuando preguntó por qué el abuelo tenía los huevos tan grandes y ovalados. El abuelo dejó caer la bandeja. Los chinchulines y la tripa gorda chiflaron en el suelo, y los chorizos rodaron de manera irregular; uno quedó abajo del pie descalzo de Maia, que se lo pasó por la planta masajeándose, y dijo que estaba muy caliente y un poco tostado y enseguida repitió la pregunta: ¿nadie me va a responder? ¿Por qué el abuelo tiene las pelotas tan gigantes?, ¿es normal eso?
Los comensales giraron la vista hacia el abuelo (al bulto) y éste (el abuelo) se miró la entrepierna suponiendo que un descuido había dejado ver sus partes, pero se relajó de forma inmediata al observar que todo estaba en su lugar, cubierto por el pantalón de buzo. Un par de primos se rieron, sin entender exactamente de qué se reían, lo que les causó aún más gracia, al punto de tener que golpearse entre ellos para que se les pasara. El abuelo quedó pálido, con la tabla en posición vertical chorreando grasa, sangre oscura y líquido intracelular, y la madre la mandó a Maia a que se fuera a su habitación sin almorzar.
El dueño de la pensión, además de ser adicto a un buen número de drogas, se peinaba con la raya al costado, un día al izquierdo y al día siguiente al derecho. Muchas veces se despertaba con el pelo revuelto y no se acordaba para qué lado se había peinado al día anterior. Eso le provocaba una furia incontenible que hacía preguntarle a todo el mundo. Nadie tenía idea bien qué responderle, lo que hacía putearlos y decirles que los iba a echar de su casa. Debajo de la nariz le crecía un bigote espeso y ancho que por poco no le entraba en la boca. Este bigote se afinaba a medida que se extendía por el rostro y terminaba en un pico de ave. No era ni gordo ni flaco, medía un metro noventa, tenía ojos grises que brillaban como la escama de un pez recién pescado. Esto último le adjudicó el apodo de “Gato” en su adolescencia, pero duró apenas unas décadas y los palitos de la T se levantaron como una planta madura pasando a ser una Y; la i griega de Gayo.
Gayo le preguntó cómo le había ido, cuando lo vio entrar.
—Bien, muy bien —dijo Doble G mientras revolvía la bolsa de facturas buscando el cañoncito de dulce de leche—. Bajo treinta kilos y me prueban.
*Fragmento del segundo capítulo de Gayo & Wada (2020). Para conseguir el libro, se puede contactar a la Editorial Conejos y, en Santa Fe, a Del Otro Lado Libros (25 de Mayo 2867, teléfonos: 0342 4565007, 342 4 052826).
¿Qué es para vos la escritura? ¿Qué estás leyendo?
“¿Qué es la escritura para mí?, me clavas cuando me preguntas un lunes a las ocho de la noche; mientras abro un vino, un solo vaso, para dar ánimo, aguantar lo que resta de la semana. ¿Qué estoy leyendo?, vuelves a preguntar. Recién termino uno de Pedro Mairal, te digo el título y con eso te respondo las dos preguntas, aunque podría resumir casi todo: Maniobras de evasión“.