Una reseña de “Vértigo”, el último libro de cuentos de Ariel Aguirre publicado por Editorial Biblioteca, el sello de la mítica Biblioteca Popular C. C. Vigil de Rosario.
Los 7 cuentos de “Vértigo”, el último libro de Ariel Aguirre, son historias que alguien te podría contar y a la vez micromundos de fantasía litoraleña. Cosas que todes podemos reconocer en alguien, como la intensidad de un boludo, la calentura de la adolescencia o la paranoia de los celos, son la chispa de estos cuentos, que Ariel prende para contarlos entre el fuego y las cenizas.
No por nada la publicación es el quinto número de la colección Prosistas Argentinos de Editorial Biblioteca, el sello de la Biblioteca Popular Vigil que publicó a Saer y Juan L. Ortiz. Hay en todos los cuentos una forma muy fresca de inscribirse en la literatura nacional por cómo la narración switchea, sin fórmulas estilísticas prefabricadas, buscando el efecto para cada historia que Ariel quiere contar. Un ritmo vertiginoso es el factor común.
Ariel es de Santa Fe, ciudad donde vive, coordina talleres literarios y da clases. A partir de 2014, junto al clan poético La Chochan organizó trasnoches de lectura de poesía, bandas en vivo y la mesita editorial “Me excita el litoral” en el Centro Cultural Ochava Roma, entre otras lecturas y actividades. Sus primeras publicaciones fueron “Dos y Tres” (2015), un cuento publicado por el Colectivo Editorial 4 ojos, y el libro de poesía “Las cuerdas que nos sostienen” (Neutrinos, 2016). En su poesía está la misma condensación entre imágenes de ternura y bizarreada, oralidad y litoralismo explícito con una historia de amor y reflexiones como “si el arte fuera burgués/ los ricos serían los pobres”.
En el primer poema de aquél libro el remate dice: “Quizá queremos reírnos/ sin tener que encontrar motivos. / Quizá querernos encontrar motivos/ olvidar motivos. / Quizá pensemos que las cosas no son así. / Quizá las cosas no son así, son de otra manera.” Son versos que se pueden aprender de memoria como talismán, y también podrían ser dichos por cualquiera de los personajes de “Vértigo” en su momento de quiebre, para buscar la salvación.
Los 7 personajes aparecen en un momento detenido en su vida –una noche concreta, un fin de semana en la isla, un festival- en el que algo se desata. Los personajes secundarios aparecen para abrir lo surreal en el relato, para frenar en seco el viaje del protagonista o para medirse en conversaciones que parecen brotar solas desde la línea anterior al guión de diálogo. El suspenso se sostiene con narraciones en primera persona.
En el primer cuento, “Volar”, la mamá del amigo del protagonista, envuelta en un sistema de sordidez familiar, lo acompaña elípticamente en su noche de calentura. Con colores y tonos muy variados, los relatos que siguen mantienen ciertas coordenadas comunes. Como en “Weekend” (Premio Literario Municipal, Santa Fe, 2017), el primer libro de cuentos de Ariel, hay un poco de fantasía que se despliega para hacer que lo absurdo o increíble sea real, y eleva el cuento en su propia creatividad.
Los personajes son todos varones y como en “Gayo y Wada” (Conejos, Buenos Aires), la novela que Ariel publicó apenas el año pasado, hay estereotipos expandidos con ironía para confirmarse en su patetismo y llegar a la carcajada o el terror. Ese último es el caso de “Los negros”, un cuento que alguien tiene que filmar ya mismo, que por su escenario isleño nos trae a Saer, por su cuota de terror a Mariana Enríquez y por ambos a Quiroga. ¿Qué pesadilla más puesta en tiempo presente podría narrarse que la de cuatro tipos aislados en un ritual de masculinidad?
Cada párrafo da ganas de seguir leyendo, a medida que los 7 personajes aceptan que no entienden qué es lo que pasa, descubren irremediablemente la verdad, salvan su vida, ven a sus ídolos derrumbarse o aparece la policía, lo que sea. Todos necesitan algo en lo que creer y eso los hará continuar en la trama. Desde “Puf rosa”, el relato más transparente de todos, hasta “Última vida”, uno de esos cuentos en los que cada oración avanza un paso en la oscuridad, la trama va de imagen en imagen, ofreciendo lo justo en la construcción de un ritmo que se va acelerando. Siempre explota al final, en una suerte de estribillo grunge.