El sábado 15 de enero comenzó un incendio en la isla Puente de Paraná que consumió, según estimaciones del cuerpo de Bomberos, el 70% del territorio. Esta es una crónica después del fuego.
Texto: Rocío Fernández Doval | Fotos y producción periodística: Sergio Otero
–Andaba un caballo por acá. Pueda ser que no lo haya agarrado–. Candil arrastra los pies, se le hunden un poco los mocasines desgastados. La charamusca está húmeda por la lluvia que cayó después del incendio. Al detener la mirada aparecen algunas arañas y hormigas saliendo de abajo de la tierra, después sólo hay caracoles enormes que parecen merengues dorados y caracoles que ya están deshechos en miles de pedacitos. No queda pajonal ni caña en la laguna, ahora seca por la bajante. Una mariposa amarilla sobrevuela y contrasta sobre el negro, con una belleza terrible. Parece seguir nuestro paso. En eso, el caballo aparece tímido a unos metros de distancia, tiene cenizas y benteveos sobre el lomo.
–Ahí está, mirá. Lo que debe haber disparado este animal –se lamenta Candil–. Hace 16 años pasó lo mismo. Esto no se prende solo. Son unos desgraciados, mirá el perjuicio que hacen.
Avelino Candil Vera vive en la isla Puente, sobre la costa que mira a la isla Santa Cándida. Ha pescado por más de 50 años. No estaba en su ranchito cuando empezó el incendio, sino en el islote Curupí, al lado, dispuesto a pasar la noche como sereno del sendero que está construyendo la organización Ñangareco Nderejhe. Eran las 11 de la noche cuando vio aparecer el fuego. Desde la costanera y la barranca alta, mientras tanto, la escena aparecía como en pantalla gigante. Las fotos circulaban en redes: detrás de un picnic en la playa municipal, el infierno mismo. El fuego que viene recorriendo el país, ahora, frente a nuestra cara. Empezó al oeste y se fue desplazando hacia el corazón de la isla con la rapidez de la sequía extrema.
–Ardió toda la noche –resume Candil.
El domingo trabajaron en la zona Bomberos Zapadores de la Policía de Entre Ríos, Bomberos Voluntarios y Prefectura Naval. Un helicóptero hidrante se sumó al operativo durante la siesta. El foco se extinguió definitivamente cuando por fin empezó la lluvia, cerca de las 22:30.
–Estos curupises están cocinados, no vienen más. Mirá lo que es –Candil raspa la corteza y por dentro no queda verde ni savia. Lo mismo pasa con los sauces y otros árboles del borde de la isla, que tienen las raíces al aire, por el desbarranque del río bajo, y el tronco negro y ahuecado por el fuego. Algunos cayeron definitivamente y sobresalen, como si quisieran tirarse al agua. Un kayakista pasa por la costa, Candil lo saluda, el kayakista nos devuelve nuestra propia cara de horror.
–No se puede creer –dice. No se puede creer. Los palos ennegrecidos, las copas rojizas y muertas. La isla que ya no.
El incendio pasó cerca del rancho de Candil. Él dice que con todo lo que le han robado, tantas veces, ya ni se quiso amargar. Estaba preparado para ver el desastre. Pero cuando comprobó que el techo estaba en pie, se alegró de que no le hubiera agarrado el cañaveral ni el almácigo de cebollas, ni su planta de poleo.
Más adentro volvemos a internarnos en la oscuridad que dejó el fuego y el olor a quemado se hace más intenso. Hay una yarará reseca cerquita del rancho, otra, otra más, como cinco al cabo de unos pocos metros. Algunas deben haber sido realmente grandes.
–Es que el yarará le hace frente al fuego, vos vieras… Mirá esta rana, pobrecita, parece que estuviera pidiendo por favor como un cristiano.
La imagen de un animal calcinado es una imagen de guerra. La forma parece decir el epitafio. Caminamos reconociendo cuerpos y tragedia, hasta que aparecen los primeros sobrevivientes en las trincheras: Candil identifica los ojitos en los huecos, les habla, mirá quién está acá, y los sapos salen a la superficie a saludar la luz.
Desde el ejecutivo municipal se anunció que presentarán una denuncia penal para investigar si existen responsables. El personal de Bomberos Zapadores barajaba la hipótesis de un fuego mal apagado que se propagó por la sequía y las temperaturas extremas. Aún se desconoce. Lo que sabemos es que cuando por fin llegó la tormenta que se estaba anunciando desde el día antes, el fuego se apagó y nuestros cuerpos parecieron respirar por primera vez en días. La ola de calor se llama cambio climático. Esa noche soñamos con el sauzal, el ruido de los grillos flotando sobre el río.