Durante los últimos cuatro años, la Subdirección de Masculinidades de la Municipalidad de Santa Fe llevó adelante un abordaje integral de la violencia de género que fue pionero en el país. Espacios de encuentro entre varones judicializados, talleres en clubes y cárceles, formación en género para personal policial y penitenciario: Octavio Gallo reconstruye estas experiencias a partir del diálogo con sus protagonistas.
“Al principio es un embole, sentís que te van a lavar el cerebro; pero después aprendés cosas”.
La sala es espaciosa y está ocupada por una decena de varones sentados en ronda alrededor de la mesa. Afuera quema el sol y zumban los autos que ingresan a toda velocidad desde la autopista, pero adentro el aire está hecho nada más que de palabras.
“Venimos con la negación, diciendo que no tenemos que estar acá, y después entendemos que capaz sí”.
Al costado está el pizarrón, sobre el que se leen palabras sueltas: responsabilidad, víctima, emociones, impulsos, reparar, dañado, relaciones, injusto. La palabra circula: hablan del trato, del cuidado, de no ser impulsivos, de hacerse cargo. Afirman creerse superiores, y se preguntan el por qué. Dicen que se equivocan por arrebatados, y aceptan estar aprendiendo algunas cosas, de a poco.
“Puedo expresarme y sacar afuera lo que tengo”.
Mientras los varones intentan explicar de qué se trata el espacio, sus relatos se entretejen, indefectiblemente, con su experiencia personal. Esa experiencia personal, eso que los llevó hasta ahí, va mucho más allá de un episodio en particular. Es una historia de vida, una sucesión de violencias, mandatos y jerarquías que hay que ir desentrañando, como quien tira de la punta de un ovillo.
“No volver a meter la pata”.
Mientras cada ovillo se va desenredando, van surgiendo en los relatos puntos en común. Entonces, al levantar la mirada, aparece un gran ovillo colectivo, que siempre estuvo ahí, aunque nadie lo podía ver. Pero este es tan sólo el principio.
“Nos estamos dañando a nosotros mismos, hasta somos violentos con nosotros mismos”.
Al lado, en una sala similar, hay un grupo un poco más numeroso de varones. No se sientan en ronda, sino en hileras, como en la escuela, todos mirando hacia el mismo punto. Algunos son recién llegados. Otros llevan ya un tiempito en el espacio, pero no tanto como los del primer grupo. El ambiente es levemente diferente, aunque no deja de ser cordial. Varias caras largas expresan hastío o cansancio, y otros se dan vuelta para mirar por la ventana. Un hombre toma la palabra, cuenta que es policía y se queja: dice que es injusto que él esté ahí. Se arma un debate: ¿qué pasa con la violencia de la mujer hacia el varón? ¿Eso también es violencia de género?
“Nos victimizamos cuando debilitan nuestra verdad”.
Uno de los varones dice: “si vas a una comisaría a decir ‘me pegó mi mujer’, se te ríe hasta el preso”. Todos acuerdan. El policía asiente, riendo.
El Espacio de Varones de la Municipalidad de Santa Fe funciona en la Estación Barranquitas y surgió en 2014 con el nombre “Programa de Reeducación Emocional y Responsabilidad Social” como un espacio pensado para varones judicializados por violencia de género. A lo largo de estos nueve años, fue mutando su impronta, que en un principio era fuertemente conductual. En 2019, con el impulso de la nueva Subdirección de Masculinidades creada bajo la gestión del intendente Emilio Jatón, el trabajo en el espacio se resignificó y adquirió una mirada más integral, inscripta en un abordaje más amplio de la violencia de género desde el Estado basado en la reflexión sobre las masculinidades. Este nuevo enfoque se tradujo en políticas activas: talleres en clubes, instituciones y unidades penitenciarias. En estos últimos, que constituyeron una experiencia pionera en todo el país, participaron tanto internos como guardias, personal de servicio, cadetes, aspirantes y hasta jefes de unidades.
En este nuevo marco, el Programa de Reeducación Emocional y Responsabilidad Social pasó a llamarse, simplemente, Espacio de Varones, con el objetivo de “que los varones asuman el deseo y la voluntad de pensarse, y no de cambiar”, explica Agustín Baccega, psicólogo y uno de los coordinadores del dispositivo. “Antes el programa estaba apuntado a que el varón cambie, entonces venían, participaban mirando el reloj y terminaban con una entrevista en la que decían todo lo que se esperaba que digan y decían que habían cambiado”, agrega.
Originalmente, el espacio tenía un modo de abordaje cognitivo-conductual, orientado a modificar conductas individuales. En ese contexto, difícilmente podía construirse una identidad colectiva, un modo de entenderse como varones que permita interpelar los mandatos del género. Luciano Villaverde, que estuvo al frente de la Subdirección de Masculinidades hasta el 9 de diciembre, detalla: “Una diferencia en el abordaje que construimos fue entender que los varones que llegan son sujetos de género. Hay una historia detrás, condiciones históricas, sociales y políticas para el ejercicio y la reproducción de la violencia. Por supuesto que apostamos a la responsabilidad subjetiva, pero también a entender que no se trata solamente de un ejercicio individual. Si pensamos que son sujetos de género, entonces trabajamos el aspecto individual pero también lo colectivo”.
El dispositivo cuenta con dos grupos. En uno se recibe a los varones que recién llegan, generalmente bajo sensaciones de enojo y negación, y muchas veces negando la responsabilidad sobre los hechos que los llevaron hasta ese lugar. Allí comienzan a trabajar cuestiones básicas vinculadas a masculinidades y violencia de género, en un ambiente de contención y escucha para personas que, muchas veces, jamás tuvieron uno. Poco a poco, los varones van construyendo nuevos marcos de referencia, que les permiten reflexionar sobre cosas que, quizás, nunca habían pensado, y analizar sus historias desde perspectivas nuevas. Entonces pasan al segundo grupo, donde trabajan de forma más o menos similar, pero acompañados de personas que ya pueden asumir cierto nivel de responsabilidad sobre sus actos.
“Llegan de los tribunales de familia, del MPA, por abogados particulares; generalmente hay una denuncia por violencia de género”, explica Baccega. “Nosotros hacemos una entrevista donde recabamos datos sobre el varón, su situación, su contexto y sus problemáticas específicas. La mayoría viene con una mala situación de salud mental, o de consumo, o económica”. El trayecto en el dispositivo consta de 24 encuentros, que se extienden por unos seis meses, en los que ponen en juego dinámicas que van desde el debate, el mapeo o el registro en afiches hasta la escenificación de pequeñas obras teatrales.
Unos 250 varones han finalizado su trayecto en el espacio durante los últimos cuatro años. “Esos son los que terminan”, señala Baccega. “La mayoría desertan, porque no asumen una responsabilidad sobre el hecho. Eso abordamos más que nada en los primeros encuentros: ‘¿No te hacés cargo de esta denuncia? Bueno, después lo trabajaremos, pero sabemos que los varones utilizamos violencia. ¿Qué violencia de género utilizaste vos en tus relaciones?’. Al final del proceso, el varón cuenta otra historia diferente a la de la ficha de admisión”. Para lograr esto, los coordinadores del dispositivo intentan correrse del lugar de jueces, sabiendo que todos los varones estamos atravesados por las mismas cosas: “el consumo, el poco cuidado de la salud -más de la mental-, las relaciones tóxicas, los celos, el trabajo, las peleas”. “El varón utiliza la violencia para resolver los conflictos: resuelve conflictos de pareja, laborales, en la calle, con violencia”, sintetiza Baccega.
“Llegan con mucho enojo, sin comprender demasiado, y acá hay un espacio que los aloja y acompaña: no los vamos a juzgar, porque no somos jueces, venimos a acompañar un proceso”, profundiza Villaverde. “Si hay una etiqueta cuesta mucho poder pensar otra alternativa. Por eso también resignificamos el nombre del dispositivo. Son varones, personas atravesadas por el género”. Según su narración, uno de los principales desafíos que se plantearon desde los inicios de su labor en el espacio fue trascender la dicotomía víctima-victimario e ir hacia un abordaje más sistémico, entendiendo que “la violencia y la estructura social jerárquica atraviesan a todos los varones como colectivo”.
Socavar estructuras como la violencia y la desigualdad de género, tan profundamente arraigadas en los cuerpos, en las psiquis y en la sociedad toda, es una tarea de larguísimo aliento, que demanda mucho tiempo y esfuerzo. Sin embargo, aun en el corto plazo el Espacio de Varones ha dado frutos; en general, los varones que pasan por el dispositivo no vuelven a recibir denuncias. “Cuando terminan el ciclo, suelen preguntar si pueden continuar, porque es el único espacio de escucha y de contención, que encuentran”, cuenta Villaverde.
Marcos Barberis, otro de los coordinadores del espacio, pone sobre la mesa otra cuestión importante, que es la articulación entre el dispositivo y las instituciones que lo rodean, que a veces podría ser más fluida: “El dispositivo no va flotando solo, sino que es un espacio de acompañamiento a varones que ya vienen con situaciones judicializadas. Es un proceso que tiene su tiempo, y esto a veces no se entiende, porque la Justicia labura con una urgencia y con una perspectiva que no es la nuestra. A veces se da una situación de ‘como si’. ‘Está esto, fijate que con esto en la probation podemos lograr unos puntos a favor’. Hay una tensión allí: hasta dónde el dispositivo es cómplice de esta situación y hasta dónde, sabiendo que somos cómplices, así y todo preferimos serlo y alojar varones antes que no ser cómplices y que el espacio este vacío”.
De cara al cambio de gestión, y frente a las incógnitas que esto puede traer, la importancia de que este modelo de trabajo no solo continúe, sino que también se profundice, es cabal, porque las problemáticas estructurales –y la violencia de género es una- requieren de soluciones integrales. “Para esto se requiere la implicancia de los gobiernos locales, la decisión política de prevenir la reproducción de la violencia de género y que eso se convierta en política de Estado”, sintetiza Villaverde.
La cita era a las cinco, pero llego unos minutos tarde. Ernesto ya está sentado esperándome, en una de las mesas de afuera. Trabaja en una de las unidades penitenciarias que participaron de las capacitaciones con el equipo de Masculinidades del Municipio y en realidad no se llama Ernesto: como no le dieron autorización para dar su testimonio –algo que ya se esperaba-, lo hace de forma anónima. “Son muy cerrados en el laburo, no quieren que los empleados filtren información”, comenta.
—Cuando nos enteramos que nos iban a dar una clase de masculinidad dijimos “¿qué mierda es esto?”. Estábamos re negados. Después nos empezamos a conocer, dijimos “mirá qué buena la onda esta”, y ya te relajás y empezás a hablar, viste, como si fuera un psicólogo. Ahí establecimos una relación, y dije “a mí me pasó esto, esto y esto, sufrí castigos, sufrí esto, lo otro, y acá estoy”.
Desde el 2021, la Subdirección de Masculinidades comenzó a generar espacios de diálogo interinstitucional con referentes de organizaciones, clubes, escuelas y organismos estatales. Asimismo, participaron de las capacitaciones de más de 2000 empleados municipales en la Ley Micaela. En ese marco, también empezaron a trabajar con varones en contexto de encierro. En 2023, realizaron talleres con internos, con personal que trabaja en cárceles y con más de 300 cadetes y aspirantes, futuros agentes del servicio penitenciario, institución particularmente atravesada por ciertos estereotipos de la masculinidad: la violencia, la desconfianza en el otro, la sobreactuación de la virilidad.
Cecilia Bonino pertenece a la Asociación para la Protección y el Acompañamiento del Condenado (APAC), una organización sin fines de lucro que trabaja con personas en contexto de encierro, y trabajó junto al equipo de Masculinidades en los talleres. La experiencia, según ella, “fue sumamente interesante. Ahí adentro rige una lógica punitivista y machista: armas, uniformes, una estructura totalmente jerárquica. Plantear esos temas era complicado, pero había mucho interés y mucha necesidad de espacios de escucha, donde circule la palabra, donde puedan hablar y ser escuchados”. Las actividades, comenta, incluyeron reflexiones sobre cómo sería el agente penitenciario ideal, sobre las características positivas y negativas de la cárcel, y sobre las relaciones entre la escuela, la unidad penitenciaria y la calle.
—¿Hace cuánto trabajás en la cárcel, Ernesto?
—Hace 17 años. Me metí por necesidad. Te dan un curso de seis meses, un pantallazo de la ley, un poco de derecho, y del proceder. Armas, escopetas, y la verdugueada. Si vos no sufrís, no sos nada. Si no te pelás los nudillos haciendo presión en el piso, no sos nada, no sos merecedor de este trabajo. Esa es la instrucción desde el primer día: te vamos a arrastrar en el piso porque se me cantan las pelotas. Pero después como instructor a algunos nos sale la parte humana, y si el aspirante te dice “me peleé con mi novia” o “me peleé con mi familia”, le decís “vení, contame, a mí también me pasó lo mismo”, y así creás un vínculo con la persona.
—¿Y cómo es tu trabajo?
—Tenemos 30 años de servicio y podemos estar en distintas secciones. Podemos andar haciendo garita, trabajando con un preso en un pabellón, siendo instructor, chofer o encargado de algo, en administración. Si tu cara no le gusta a tu jefe, te va moviendo, y eso es un desgaste psicológico.
La charla se interrumpe porque pasa un hombre pidiendo. Ernesto lo conoce: lo saluda, le cuenta que soy periodista y le pregunta cómo lo trataron los empleados penitenciarios. “¿Te peleaste alguna vez con alguno?”, inquiere. “No, con respeto siempre”, responde el hombre. “Nomás me agarré una vez con Hernández porque me llevó mal castigado, me faltaban cuatro meses para salir”, agrega. Nuevamente, Hernández tampoco se llama Hernández.
—Trabajando con internos no tenés que mostrar debilidad –continúa Ernesto cuando se aleja-. Tenés que estar a cara de perro. Capaz que un día no tenés ganas, pero tenés que hacerlo, porque es una guerra de egos. Vos me tenés que hacer caso, y si no me hacés caso, castigado. Las 24 horas así, ¿sabés cómo te deja la cabeza?
—Es como si estuvieras representando un papel.
—Exacto, estás representando un papel. Hay gente a la que no le gusta, pero si no la pasaste mal es como que no tenés el título de penitenciario. Estás en un lugar cómodo y te dicen “vos porque no sufrís, vos porque no hiciste garita”.
—¿Qué es hacer garita?
—Hacer garita es estar en un cordón centinela de dos por dos, en turnos de dos horas alternando con dos de descanso –me responde, y me muestra una foto en la que se ve una pequeñísima oficina adentro de una torre en el medio de un patio, rodeada de muros y alambres de púas.
—¿Y cómo es la relación con los internos?
—Los internos son como criaturas, pidiéndote cosas siempre. Piden hablar con los familiares, ir al médico, que les duele la muela, que se olvidaron de dar el nombre para que una visita lo vaya a ver. Así, cien o doscientos internos por pabellón, con dos agentes. Pero son personas, son humanos. Se equivocaron, están pagando una condena. ¿Qué peor condena que perder la libertad? Nosotros en la pandemia nos volvimos locos casi, porque no podíamos salir; imaginate si tenés que cumplir una condena de 30 años. La mayoría piensa como yo y la otra mayoría no. Por eso siempre hay roces con el interno, siempre hay algún quilombo. Algunos los tienen más cortitos, no les importa.
—Es un ambiente laboral difícil –acoto, mientras pienso en la expresión que acaba de usar Ernesto: “la mayoría piensa como yo y la otra mayoría no”.
—Es un ambiente tan cerrado, tan restrictivo, que te termina enfermando un poco. Tenés que estar alerta todo el tiempo. Y con los años tenés tanta experiencia que te das cuenta cuando el aire es otro. Vos estás en tu guardia y decís “che, el ambiente acá no es bueno, algo pasa”. Te das cuenta enseguida.
—¿Y en qué consistieron los talleres, entonces?
—En los talleres nos hicieron dibujar la imagen del empleado perfecto: que sea buen compañero, responsable. Después hubo una charla. Cada uno expresaba algo que había pasado, alguna violencia que había sufrido. Por ejemplo, un día que estabas mal, y vas y te encerrás en la garita a llorar solo, porque no hay contención. O cuando estás 24 horas laburando y a las 6 de la mañana te dicen que tenés que quedarte porque faltaron tres empleados. Eso también es violencia para mí, porque de esas 24 horas vos pudiste dormir tres. Hay mucha sobrecarga horaria.
—¿Qué más?
—También apareció en los talleres la idea de todas las responsabilidades que sobrecargan los hombres: familiar, laboral, personal. No hay cabeza que aguante. Es una carga que lleva uno solo. compañeros míos que se han pegado un tiro. Y si te ven mal, te señalan: “ese está loco”. Y te cargan, te joden, tiran leña al fuego. Es muy machista. Se marca siempre al diferente, se señala muchísimo. Además el 90% de los empleados tiene deudas, vive mal, no tiene plata, vive en zonas feas. Eso no ayuda, más cuando el hombre tiene la responsabilidad de ser el jefe de familia. Cuando uno no puede conseguir eso, es una herida.
“En el contexto de crisis económica y social muchos varones se encuentran afectados”, me había dicho Villaverde, “porque el varón según el mandato de la masculinidad es el proveedor. Cuando no alcanza para llegar a fin de mes o no hay trabajo, afecta la identidad del varón, por el mandato social de sostener la familia, que es una carga tremenda”.
—¿Qué te llevaste de la experiencia?
—Muchas cosas me llevé. Descontracturarme un poco, mostrar un poco más mis sentimientos. Te relajás y empezás a hablar, y decís mirá, hay alguien que me escucha, hay alguien que le importa. Las personas que están trabajando en un pabellón 24 horas llegan a su casa con la cabeza estallada, y se descargan con lo primero que tienen. Toda esa violencia que absorbiste, en algún lugar la tenés que descargar: en la familia, en un vicio. Es como que nosotros también cumplimos una condena. Más en un lugar así: torre, alambre, reja, púa, hormigón, hormigón, hormigón.
—¿Te parece importante que sigan existiendo iniciativas como esta?
—Sí, es muy importante. Que se le de importancia a lo que se siente, a lo que se piensa, que haya más contención psicológica. Tenemos que tener una ficha, un historial psicológico. Y en vez de cargar la violencia vos solo, tenemos que poder ir distribuyéndola. Sino después la terminás cargando en tu familia, en el interno, en tus compañeros o en vos mismo.